(Carlos Inquilino) En el sosiego del ayuno cuaresmal, la risotada del risoto no alteró el humor de los comensales en servicio. Una bocanada de aire puro o semipuro entró por el tragaluz del excusado. No faltaba nada, ni en la mesa, ni en el aire protocolar circundante. De pronto, un brillo algo excesivo para ser natural, atrajo de los cuerpos las miradas. ¡Una molécula de pus divino! Reveló un observador independiente, que acompañaba de oficio a un asesor del secretario adjunto. Damos fe, respondieron los cuerpos presentes al unísono, ante la luz sagrada, sesgada y cegadora, y el beneplácito del nuncio. Estaba claro: era un mensaje divino. En una muestra de empatía Suprema, el Creador envía sus anticuerpos cargados de pureza incontestable. Un mensaje de Amor de nuestro Autor, Amor sobrenatural, casi tan perfecto como infinito… Sin duda, coincidieron todos los presentes, era la señal que autorizaba a levantar el ayuno. (No hubo ninguna risotada, por parte del risoto)